Wednesday, December 07, 2005

"La Hidra Mexicana" en La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán

Los años veinte mexicanos serán recordados en los murales y las obras cubistas de Diego Rivera y en la imagen caprichosa de Frida Kahlo, de quienes no puedo evitar mencionar eran ambos comunistas; y en intelectuales como José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán que en sus plumas plasmaron la que fue toda una época de batallas, prosa y tragedias griegas de la historia latinoamericana.

Pero también los años veinte son el vestigio de un México que por diez años se había visto sumido en una cruenta lucha armada que rescindió, a palos y balas, con la dictadura de Porfirio Díaz Mori que a lo largo de más de seis lustros había impulsado la industrialización del país y había sembrado la paz a costa de la explotación y opresión de la población mexicana.

Con el ascenso al poder de Francisco Madero luego de que pronunciara en la ciudad de San Antonio, Texas el Plan de San Luis se inicia un camino en la que la historia recuerda como la Revolución Mexicana. Revolución que en palabras de Martín Luis Guzmán iba a probar ser exitosa cuando “sea ley en las ciudades y los campos, ya no habrá más ricos ni codiciosos, más ricos explotadores de la miseria del pobre, sino que todos seremos ricos buenos, ricos revolucionarios y útiles.”
[1]

Acompañando en la batalla a Madero, grupos intestinos liderados por Emiliano Zapata luchaban por la reivindicación de los derechos de tierra indígenas que habían sido pillados en este momento histórico cuasi anárquico.

Tras la renuncia de Porfirio Díaz cinco meses después se instaura un gobierno provisional con Francisco León de la Barra qué en 1911 le entregó la presidencia a Francisco Madero. Tan sólo dos años después en 1913 un golpe de estado asestado al gobierno maderista por Victoriano Huerta demostró que Madero había sido inhábil para pacificar el país y surgió un caudillo en el norte del país que formaría un “ejército pacificador”, este caudillo era Venustiano Carranza.

En el año de 1917 Venustiano Carranza luego de convertir su empresa en un éxito pacificador se encargó de forjar en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos un texto de por más liberal. Tres años después, el 21 de mayo de 1920 uno de sus ministros le dio muerte y tomó el poder luego de haber pronunciado el levantamiento en armas con el Plan de Agua Prieta.

Este ministro que durante el gobierno de Carranza estuvo a cargo del Ministerio de Guerra se llamaba Álvaro Obregón y su gobierno (1920-1924) se caracterizó por haber conciliado la pacificación del país. Es importante mencionar que durante su gobierno se aplicó la reforma agraria mexicana de 1915, de la que encontramos en la obra de Guzmán una referencia a tierras expropiadas a la “May-be Co.”

En el año de 1924 Álvaro Obregón (el Caudillo) fue asesinado y le sucede en el poder Plutarco Elías Calles (Hilario Jiménez). Meses antes, en diciembre de 1923 la rebelión militar había estallado y dos tercios del ejército eran partidarios de los insurrectos, en la novela, estos dos tercios de insurrectos se encontraban presentes en la Cámara de Diputados, creando quórum suficiente para tomar decisiones y entregar el poder a Aguirre.

Estados Unidos jugó un papel trascendental en esta rebelión militar y su gobierno apoyó al gobierno obrerista al realizar un bloqueo militar y dar armas necesarias para contener la rebelión, y a cambio de amplias concesiones a intereses económicos estadounidenses, se ratificaron los acuerdos de Bucareli y se restablecieron “relaciones armoniosas” con el país del norte.

Los secesionistas fueron derrotados y la aplicación de la ley fuga en el país acabó con la vida de 54 generales que se habían levantado en armas en el país llegando así a su fin el camino del progresismo político en México.

Martín Luis Guzmán, que desde 1913 había ido al norte luego del asesinato de Madero se unió a la causa de Francisco Villa y en 1915 debe ir al exilio en España cuando Venustiano Carranza lo aprehende, en donde toma parte de las agitaciones republicanas que derribarían a la monarquía. Guzmán fue un fuerte crítico de la sociedad mexicana y reconoció a lo largo de obra, en repetidas ocasiones, la ineptitud de los políticos mexicanos para gobernar.

Luego del fallecimiento de Venustiano Carranza, Martín Luis Guzmán regresa a México y se encauza como partidario de Adolfo de la Huerta (Ignacio Aguirre, quien también toma algunos aspectos históricos de la vida de Francisco Serrano) para tener que salir al exilio de nuevo en 1925.

La Sombra del Caudillo es reconocida como la obra cumbre de Martín Luis Guzmán y fue censurada por el gobierno mexicano hasta el año de 1990. Las razones de esta censura se encuentran en que fue un ataque directo y de raíz a la figura del caudillo mexicano, al presidente de la República. Este en realidad era tan sólo un ataque prosaico y en sus letras plasmó la figura omnímoda de la que gozaba el “hombre fuerte” en la lucha contra sus enemigos, venciendo a unos y nulificando a los demás.

En palabras de Antonio Castro Leal
[2] la figura del caudillo era una “fuerza moral; era ejecutiva, autoritaria, dictatorial. Su suprema autoridad era incontrastable porque los generales no tenían tropas que oponerle en un duelo militar, y porque los civiles –gobernadores, senadores y diputados – no les convenía hacerlo porque esa autoridad era el origen mismo de su propia situación”[3].

La figura caudillista a lo largo de la obra se encuentra plasmada en la sombra inmensa que fisga todas y cada una de las páginas de este libro. Se transforma en una serie de movimientos fugaces y tras telones durante la acción de toda la novela, y su decisión ante el acontecer de los hechos parece significar tanto o casi la providencia poderosa que todos desearían tener a su favor.

Los personajes principales de la obra son Hilario Jiménez e Ignacio Aguirre. El primero funge como Ministro de Gobernación del gobierno del Caudillo y es un hombre altivo y pretensioso del poder como sucesor del Caudillo. Este hombre, seguro de ser el valido caudillista, habrá de luchar por conseguir el poder sucesor y habrá de imponer sus intereses de forma arbitraria y porfiada.

Su contrincante, Ignacio Aguirre, es un joven de unos treinta años que tiene bajo su cargo el Ministerio de Guerra y que habrá de verse en un dilema existencial durante toda la novela en los deseos de sus seguidores por verlo en la presidencia y los deseos íntimos de él por ser fiel a la figura del pater familias mexicano.

La novela inicia en las calles de la ciudad de México cuando Ignacio Aguirre se dirige a la casa de Rosario, una chica que habrá de representar la inocencia y dulzura en la vida de Aguirre, así como también su lado humano e ingenuo. Aguirre era ya un hombre casado y enamoraba a esta chica en una liaison sutil y traviesa.

Luego, Aguirre aparece en una nueva escena conversando con su amigo Axkaná, que tomará el papel de la faz equilibrada, ilusa y prudente
[4] del Ministro de Guerra con quien está discutiendo si acepta la postulación a la presidencia.

Tiempo después se realiza un almuerzo en el restaurante de Chapultepec al que acuden Encarnación Reyes, un rudo general de división y jefe de las operaciones militares en el Estado de Puebla, y Olivier Fernández, un sagaz y astuto agitador político que lideraba el bloque Radical Progresista de la Cámara de Diputados y que durante su carrera política había sido ya alcalde de la ciudad de México y ex gobernador.

En este restaurante Olivier presenta su plan a Aguirre, segundo a quien quería postular como candidato a la presidencia de la mano de los “radicales progresistas y otros elementos afines” en oposición a la candidatura del general Hilario Jiménez.
[5]

Otro de los invitados a la reunión era López de la Garza, antes un abogado que toma las armas en la época de la Revolución y que se había convertido en el cerebro del Jefe de las Operaciones en el Estado de Puebla, convirtiendo a este estado en el bastión político-militar de los radicales progresistas.
[6]

Ya la candidatura de Aguirre se creía consumada y la que desde hacía ya dos años había sido la “voz de la calle”
[7] confirmaba el grito de “o Ignacio Aguirre o Hilario Jiménez.

Ahora “todos” los candidatos apoyaban a Aguirre y este empieza a escuchar cantos de “ya sabe usted mi general; usted cuenta conmigo para todito lo que se le ofrezca, de veras, sin recámaras. Soy de los que lo apoyamos con el corazón en la mano, no de falsos y traidores. Y si alguien le viene con el chisme de que yo ando o yo hablo con el general Jiménez, no cavile en eso; tómelo a broma; que, de hacerlo, es tan sólo para no dar a los otros pie por donde puedan sospechar.”
[8] Fue así que desfilaron en su oficina casi todos los jefes militares del país y le ofrecieron su apoyo como candidato para la presidencia mexicana.

¿En dónde estaban todos estos hombres cuando junto con doce otros habrían de caer uno a uno? Todos estaban en la oficina de Jiménez confirmándole su apoyo cuando sus posibilidades de sacar ventaja en el partido aguirrista comenzaban a diluirse.

Aguirre en un inocente y estúpido intento por mantener la amistad con el Caudillo lo visita y le asegura que no se cree digno de siquiera llamarse candidato a la presidencia como su sucesor. Por supuesto, este fue un desperdicio de su tiempo, porque en la política mexicana de la época, todo lo que se dijera caería en “papel mojado” tiempo después. Decepcionado Aguirre se retira sin poderse explicar cómo es que el Caudillo luego de diez años de serle fiel no hubiera querido creerle.

Axkaná, hábil en la política y un observador atento de los movimientos ocurridos en los asuntos de Aguirre, no le da importancia al encuentro con el caudillo y le parecía totalmente lógico el que el Presidente no le hubiese creído. Lo que le había preocupado en realidad era la actitud de Aguirre luego de la reunión pues demostraba su ingenuidad y arrebato sentimental.
[9]

Es aquí que Axkaná reconoce en su amigo la tragedia del político mexicano, aquel “cogido por la inmoralidad y mentira que él mismo ha creado; la tragedia del político, sincero una vez, que, asegurando de buena fe renunciar a las aspiraciones que otros le atribuyen, aún no abre los ojos a las circunstancias que han obligado a defender, pronto y a muerte, eso mismo que rechaza.”
[10]

Luego Aguirre se dirige a las oficinas del Ministro de Gobernación y le trata de asegurar que no está interesado en formar parte de la carrera presidencial. Jiménez le pone como condiciones que remueva a Encarnación Reyes para que no se atreva a levantarse en armas, porque sería obedeciendo a “órdenes de Aguirre”. Además, le pide que le entregue en el bolsillo el Partido Radical Progresista de Olivier y Axkaná.

Aguirre se opone a aceptar su propuesta y en cambio le ofrece su renuncia. Lógicamente, el que hiciera esto iba a tan sólo ensalzar los sentimientos de sus seguidores e Hilario no acepta su propuesta. En un quid pro quo que contendía a estos dos Ministros los resultados fueron que la “amistad” había llegado a su fin y la carrera política era ahora ya abierta.

Olivier obedeciendo a sus intereses políticos decide cambiar de partido e inicia un plan para pasarse del lado de Jiménez. Jiménez “necesitaba servirse de la facultad, suprema en la política como en la guerra, que más estimaba él entre las suyas: saber transformar en factores útiles de un plan nuevo las consecuencias adversas del plan de antes.”
[11]

Todo lo que Olivier pensaba hacer era abandonar a Aguirre acusándolo de estar reticente a aceptar la candidatura, luego pasarse al bando de Jiménez, siempre y cuando se dividiera el pastel conforme a sus intereses.

Aguirre que nunca había sido declarado por ningún partido formalmente como candidato habría de pasar al olvido cuando el Partido Nacional Radical Progresista y sus partidos afines apoyasen la candidatura de Jiménez.

Este cambio de afiliación política se daría sí y sólo si, el general Hilario Jiménez “garantice a dichos partidos los cuatro puntos siguientes: 1º, los dos tercios del número total de curules en el futuro Congreso Federal; 2º, el control de los poderes locales y municipales dondequiera que estos momentos dominan los radicales progresistas o sus afines; 3º, el Ayuntamiento de la ciudad de México; 4º, la mitad de las carteras del futuro Gabinete.”
[12]

Esto habría de significar para Jiménez la “entrega del país” al partido progresista y aceptó la propuesta al inicio, a cambio solicita que lo declaran el candidato oficial del partido a la Presidencia en la convención que se realizaría en Toluca por el Partido Radical Progresista.

Tiempo después de haberse hablado, Olivier se dirige a la oficina de Jiménez donde este último le declara que “he estudiado a consciencia sus proposiciones, que al principio tuve por aceptables; hoy veo que no lo son, y las rechazo”.
[13]

Jiménez se había percatado ya que no necesitaba de Olivier, a su parecer, México estaba en sus manos y podía prescindir de cualquier alianza con los radicales siempre y cuando las arcas del Tesoro estuvieran disponibles para comprar uno a uno a políticos estratégicamente dispuestos.

Se realiza la convención de Toluca que ratifica el apoyo a la candidatura de Jiménez y que había pasado por encima de los designios de Olivier de para todo y volver a apoyar a Aguirre. Olivier al final de la reunión debe salir huyendo y su auto es perseguido por hombres de, quien fuera su amigo y compañero político, Catarino Ibáñez.

Luego de un atentado contra la vida de Axkaná, Aguirre consigue la confesión del coronel Zaldívar que bajo órdenes de Jiménez le había mandado a torturar a Axkaná. La toma y la lleva ante el Caudillo. su respuesta fue un golpe al honor de Aguirre cuando niega la autenticidad de los hechos y declara que “Hilario, como funcionario y como hombre, está por encima de tales pequeñeces.”
[14]

Aguirre presenta su renuncia horas después y la batalla se lleva a la Cámara de Diputados en la que tenían mayoría y el quórum necesario para hacer caer el peso de la ley. Mientras tanto, Jiménez había ordenado acabar con el quórum de los radicales con la muerte de unos cuantos de los progresistas que lideraban el partido.

Protasio Leyva, Jefe de las Operaciones en el Valle de la ciudad de México, junto con los líderes del movimiento hilarista en el Congreso planean el complot contra los opositores y todo dependía de acabar con el quórum y la mayoría aguirrista.

Ahora la cacería humana iniciaba y se acabaría con esa hidra de sedicentes que atentaban contra los ideales revolucionarios,

“porque habéis de saber, os hablaré con franqueza, que brillaba hasta hace poco en lo más encumbrados puesto de la Revolución un hombre a quien todos atribuíamos incorruptibles virtudes cívicas y recia fe en el papel histórico que la patria señala a sus mejores hijos. Pero ha ocurrido que este hombre… anda ya en tratos estrechos con la reacción, cuyos intereses execrables se apresta a servir sin el menor escrúpulo. De modo que convertido así, por sorpresa, de compañero en rival, de amigo en enemigo, de patriota en traidor, su defección amaga seriamente la continuidad y el poder revolucionarios, puesto que con él traicionan cuantos elementos le son adictos, algunos de ellos dotados de gran vigor, algunos de capacidad no desdeñable.”
[15]

El complot que habría se asestarse en el Congreso falla y al día siguiente el capitán Adelaido Cruz visita a Olivier Fernández. El capitán había resuelto contar parte por parte el plan de Protasio Leyva contra la vida de los diputados aguirristas. ¿Pero por qué razón habría de venir a confesarle la planeación del crimen? ¿Había sido tan sólo una emboscada para confundir a Olivier, Aguirre y sus seguidores?

A Aguirre ahora no le quedaba otro camino que levantarse en armas y el Caudillo terminó de abrir de par en par las arcas del Tesoro.

Ahora López de la Garza, Olivier Fernández y los generales sin cargo activo ni tropas proponían el levantamiento en armas y la postura defendida por Julián Elizondo que prefería no precipitar las cosas y seguir haciendo adeptos entre los generales y coroneles no comprometidos.
[16]

La discusión continua y se aclara a gritos que esta era una batalla de los políticos en la que el pueblo no tomaría parte por causa de su indiferencia, esa era una batalla en la que la nación no se batía; “se bate el ejército, y del Ejército, no puede ponerse en duda, lo más no está aún con nosotros. Conviene pues seguirlo trabajando.”
[17] En palabras de Elizondo, no estaban listos para lanzarse contra el caudillo y sus designios omnímodos. Eran muy débiles aún y era un arma muy peligrosa.

En México el pueblo no contaba, el sufragio no existía. Tan sólo existía “la disputa violenta de los grupos que ambicionaban el poder, apoyados a veces por la simpatía pública. Esa es la verdadera Constitución Mexicana; lo demás, pura farsa.”
[18]

Días después Jáuregui, el jefe del 16º Batallón, llega a la casa de Aguirre y le comenta que Leyva a primera hora de la noche lo habrá de apresar y acusar de en un juicio sumario que los sentenciaría a la última pena.

Aguirre tenía dos caminos, o trasladarse a Toluca donde lo protegería Elizondo, o a Puebla con Encarnación.

Se traslada a Toluca en donde Elizondo lo traiciona obedeciendo a intereses de política real. Elizondo de haberlo apoyado se hubiera visto expuesto. Pero, entregándolo como prisionero al costo de una simple traición más se estaba asegurando el triunfo de un posible ministerio en el futuro.
[19]

Lo toma prisionero junto a los otros y lo envían como prisionero de guerra de regreso a México. En el trayecto de regreso a la ciudad de México son detenidos y bajados del camión. Uno a uno se les da un golpe mortal y en el Gran Diario tan sólo se habló de una intentona de sublevación que fue rápidamente controlada. “Este Gobierno guardó siempre actitud serena; nunca molestó a quien se hacía llamar candidato radical progresista; dio amplias garantías; hizo ver cuál era el camino del patriotismo, y ofreció que el voto público sea respetado.”
[20]

La novela se convierte ahora en una tragedia griega, Aguirre esperó la bala en quietud absoluta, “que en aquella fracción de instante se admiró a sí mismo y se sintió –solo ante el panorama, visto en fugaz pensamiento, de toda su vida revolucionaria y política –lavado de sus flaquezas. Cayó porque así lo quiso, con la dignidad con que otros se levantan.”
[21]

En conclusión la temática de esta novela es el reflejo del poder que el oportunismo político jugó en México durante los años post-revolucionarios. Es el reflejo de la maquinación de la política de una nación que para entonces tenía ya más de catorce millones de habitantes y que era manejada al antojo de los intereses de unos cuantos políticos que vivían a la sombra caudillista.

Es el reflejo de un México que viviría plagado por la corrupción y la perpetuación de un gobierno de hidras zafias que manejarían por décadas el país a su gusto y antojo haciendo y deshaciendo la Constitución Mexicana que era sostenida tan sólo por el poder de las armas y no del sufragio ciudadano.

La lista de defunción del juicio sumario leía así: general de división Ignacio Aguirre; general de brigada Agustín J. Domínguez, gobernador de Jalisco; señor Eduardo Correa, presidente municipal de la ciudad de México; señores licenciados Emilio Olivier Fernández y Juan Manuel Mijares, diputados al congreso de la Unión; ex generales Alfonso Sandoval y Manuel D. Carrasco; capitanes Felipe Cahuama y Sebastián Rosas, y señores Remigio Tarabana, Alberto Cisneros y Guillermo Ruiz de Velazo. Descansen en paz.


[1] La Sombra del Caudillo. Martín Luis Guzmán. Editorial Porrúa. México, 1982. p. 100
[2] Nació en San Luis Potosí, el 2 de marzo de 1896 y falleció en México, D.F., el 7 de enero de 1981. Licenciado y doctor en derecho por la Universidad Nacional, y doctor en filosofía por la Universidad de Georgetown.
[3] La Sombra del Caudillo. Martín Luis Guzmán. Editorial Porrúa. México, 1982. p. xi
[4] “El alma de Axkaná era evocativa, soñadora; por un momento voló también, y su vuelo, a influjo de la perspectiva que lo inspiraba, fue un poco azul y quimérico, un poco triste como la mancha gris del Castillo (el de Chapultepec) sobre la regia pirámide de verdura.” Ídem. p.25
[5] Ídem. p.31
[6] Ídem. p.31
[7] “No la voz de la nación: la voz de la calle, la voz de la malicia populachera, que suscitaba ambiciones y pasiones a fuerza de adelantarse a vaticinarlas”. Ídem. p. 45
[8] Ídem. p. 46
[9] “Que el Presidente no hubiese creído las protestas con que su ministro rechazaba la presidencia futura era un hecho casi lógico. Justamente así que tenía que ser. Pero lo que sí le sorprendió fue que su amigo, lastimado por tales dudas, se entregara al arrebato. Un desahogo casi sentimental…” Ídem. p.56
[10] Ídem. p.57
[11] Ídem. 73
[12] Ídem. p. 74
[13] Ídem. p. 76
[14] Ídem. 153
[15] Ídem. p.166-167
[16] Ídem. p. 199
[17] Ídem. p. 200
[18] Ídem. p. 203
[19] Ídem. p. 222
[20] Ídem. p. 225
[21] Ídem. 239

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