Monday, April 03, 2006

El consenso y la conciliación en las democracias - caso Ley de Planificación Familiar

“¡Ley pervertida! ¡Ley – y con ella, todas las fuerzas colectivas de la Nación – desviada de su objetivo legítimo y dirigida a un objetivo totalmente contrario! ¡Ley convertida en instrumento de todas las codicias, en lugar de frenar las codicias! ¡Ley hacedora de iniquidad, cuando su misión era castigar la iniquidad! Ciertamente se trata de una situación grave y de su existencia se me debe permitir alertar a mis conciudadanos.”

Frédéric Bastiat

Al vivir en una democracia pareciera que se ha alcanzado un nivel de consenso en el cual la paz y la prosperidad serán tan sólo agregados del logro al que ha llegado la sociedad y la humanidad misma.

Al vivir en democracia se piensa comúnmente que se ha alcanzado un estadio evolutivo de nuestras instituciones que nos permite convivir en hermandad y fraternidad alejándonos del hambre, la opresión, la envidia y las sangrientas luchas de poder.

Todo esto, es la democracia que las personas suelen pensar como un fin último. Esta es el arma utilizada por aquellos “progresistas” que claman por el respeto de las mayorías desde grupos de presión que no hacen más que buscar la consolidación de intereses particulares y muchas tantas otras veces de intereses egoístas y avaros.

Pero esto no es la democracia.

La democracia no es el culmen institucional del consenso y del respeto de los designios y deseos del antes oprimido y embaucado.

La democracia no es más que la consecución de acciones, como un medio para alcanzar el progreso y libertad individuales, en la que se reducen al máximo las pérdidas que cualquier decisión tengan para los integrantes de una nación, estado o utopía.

Una de tantas candentes discusiones en nuestras jóvenes democracias es la afamada y contendida Ley de Planificación Familiar. En este ensayo la tomaremos como un leve ejemplo (que podríamos igualmente aplicar para la discusión sobre asuntos tales como la pornografía, venta de drogas, prostitución, seguridad social y educación) de cómo en una democracia naciente distintos grupos de interés buscan proteger y defender los intereses del desvalido y del pobre.

Cuando los grupos “progresistas” escriben en nuestros diarios o conferencian en nuestras radios locales a favor de una ley que aparentemente vendrá a solucionar, de manera dionisiaca, la cruel y vil situación social y económica de nuestra población pobre y sin educación, surgen grupos fuertes de personas que en su afán de ayudar al desvalido amenazan el futuro de los que vienen creciendo y que con tan sólo unos cuantos años de vida ven amenazados su futuro y el de sus hermanos.

Porque el pensar que una ley que vendrá a educar al ignorante, a proveerle de un arma que desde las escuelas servirá como un “control natal institucionalizado” es un arma muy peligrosa. Tan peligrosa que bajo la sombra de la benevolencia afectará la creación de riqueza y prosperidad de nuestra nación.

¿Acaso el hombre primitivo hubiese sido más rico al tener menos hijos? ¿Acaso la riqueza de nuestras primeras grandes civilizaciones tuvo lugar cuando se educó a las mujeres y hombres que el tener menos hijos era la clave para su progreso? ¿Cuándo vimos en nuestra historia que la reproducción era una forma de empobrecernos?

Más aún, ¿desde cuando empezamos a ver los nacimientos como externalidades negativas de la sociedad?

El problema que nos atañe ahora no es parte de la historia de las tribus nómadas, ni de los grandes imperios que existieron. El problema que nos atañe el día de hoy podrá recibir tantos nombres como puedan pensar y yo en esta ocasión utilizaré el nombre de “ley de planificación familiar”.

Vivimos en los albores de un nuevo milenio, en Guatemala vivimos en los albores de una democracia en sus primeros pasos que ha enfrentado muchas dudas sobre su efectividad y eficienticidad.

¿Por qué? Porque aún nos preguntamos si es posible llegar a consensos y conciliación para la solución de los conflictos y diferencias. ¿Desde cuándo empezamos a creer que la democracia era el medio par realizar conciliaciones y consensos?

Desafortunadamente, la democracia no es sinónimo de consensos ni conciliaciones. La democracia no es más que un medio eficiente por el cual se reducen los costos de transacción para la consecución de políticas públicas eficientes que permitirán ser los medios para alcanzar la riqueza, la paz y la libertad[1].

El pensar que nuestras democracias deben ser el fruto de la conciliación de todas y cada una de las divergencias cósmicas de visión de cada uno de sus miembros es un arma demasiado peligrosa. Tan peligrosa que en nuestro afán por convenir puntos de vista antagónicos ha dado lugar a la consecución de sistemas totalitarios, populistas y altamente corruptos.

Como Charles Murray explica acertadamente en el libro “What it Means to be a Libertarian”[2], el simple hecho de entregar a nuestros gobiernos la capacidad de alterar e ingresar en nuestras vidas y comunidades ha permitido el surgimiento de burocracias que se suponía hubieron de defender nuestros intereses, cuando en realidad eran ellos, los burócratas, las personas menos indicadas y capacitadas para ingresar en los asuntos privados de las personas que les entregaron a manos abiertas el poder de modificar sus vidas.

Simplemente dejamos en sus manos, las de los burócratas, las responsabilidades que como individuos nos correspondían, sin darnos cuenta que la entregábamos a los más irresponsables y a pesar de que una vez se abre esa puerta el cerrarla es muy difícil o quizá imposible o utópico[3]. Es aún posible evitar que sigan injiriendo en nuestros asuntos y cerrarles las puertas al poder de seguir tomando decisiones que a los individuos y sus familias atañen.

Porque es muy fácil y humanitario pensar que “la mayor prioridad de una sociedad civilizada es reducir la pobreza” como Murray explica, pues al igual que él considero que la prioridad de una sociedad civilizada es en realidad proteger la libertad humana.

Pues es a causa de la libertad individual que nuestras sociedades evolucionan y sus instituciones se adaptan a la normativa que con el paso del tiempo ha demostrado ser tan o lo suficientemente óptima para proteger la creación de riqueza y bienestar de las sociedades.

Dejemos a un lado al estado bienestar que norma nuestra vida y políticas públicas y concedamos este poder a los ciudadanos libres y responsables que se encargarán de velar porque el nivel óptimo para ellos y sus familias sea el que proteja su estado de bienestar y armonía con los integrantes de sus comunidades y conciudadanos. Porque el sufrimiento siempre existirá y no importa cual sistema económico-social se cree o se consensúe: la pobreza, el hambre y el sufrimiento se mantendrán.

Lo que atañe a nuestros representantes es tan sólo la toma de las decisiones menos costosas y con menores externalidades negativas sobre los ciudadanos que representan.

La democracia no se trata de llegar a consensos ni mucho menos de conciliar posiciones.

Es nuestro deber como ciudadanos educar a aquellos que aún piensan que necesitamos a un gobierno que provea medios anticonceptivos y antifecundativos a las masas. Demos esta labor, que pertenece intrínsecamente, a las corporaciones privadas y luego seamos nosotros quienes creemos los medios de producción y los empleos necesarios para que aquellos que tengan bajo su protección a sus hijos y esposas puedan ser los artífices de su riqueza y bienestar individual.




[1] “Freedom is the raw material for the choices that make up a life –the myriad choices that go into assembling your little platoons, exercising your realized capacities, and demarcating a place for yourself and your loved ones. Responsibility, freedom’s obverse, is the indispensable quality that allows us to carry through on our choices and take satisfaction from our accomplishments…” “What it Means to be a Libertarian”. Murray, Charles. Broadway Books. Nueva York. 1997. p. 35


[2] “What it Means to be a Libertarian”. Murray, Charles. Broadway Books. Nueva York. 1997


[3] “Government intervention did not occur everywhere all at once. It proceeded in bits and pieces, directed at specific goals.” “What it Means to be a Libertarian”. Murray, Charles. Broadway Books. Nueva York. 1997. p. 47

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